lunes, octubre 23, 2006

¡Qué sí, que yo compro la misa con teatro!

En abril de este año estuve por primera vez en Notre Dame, caí sin darme cuenta en una de las misas por Semana Santa, y no sé si fue la monumentalidad de la catedral con esa cúpula que se extendiende directamente hasta el cielo o el coro más el incienso y la puesta en escena de cura, monaguillos y fieles, o todo junto: iglesia, puesta en escena y predisposición anímica; lo cierto es que estando ahí quise ser católica no descreída otra vez. Sentí lo inmensurable de la creación y las ganas de ser parte activa de esa entrega, de esa especie de elevación celestial.
Sí, faltó Quique subido a la moto, pero fue toda una experiencia religiosa. Por eso, como Benedicto, voy a por la puesta en escena en la misa. Por eso, como nunca antes, entiendo a Paul Claudel.
Al fin y al cabo, como da entender Manuel Vicent en la columna que cito a continuación (El País, último domingo, IMPERDIBLE), en cuestión de fe, como en literatura y ficción, lo importante es comprar el paquetito, que te entre por las entrañas, y eso solamente lo logra el arte.

"La cáscara

El poeta Paul Claudel era todavía un ateo militante cuando una Nochebuena en medio de la soledad de París, bajo una intensa nevada, entró en la catedral de Notre Dame para guarecerse del frío. Se estaba celebrando en ese momento la misa del Gallo. El poeta acababa de ver a innumerables mendigos ateridos bajo los puentes delSena e imbuido en la propia desesperación, de pronto, fue acogido por un tibio perfume de incienso y el sonido del órgano que acompañaba el Adeste fideles cantado por un coro de infantes. En el altar brillaban los brocados de las vestiduras de los oficiantes
confundidas con las ascuas de las lámparas y los dorados del retablo. A través de aquel compacto resplandor también sonaba la palabra en latín, que no comprendía. “Algo parecido a esta gloria debe ser el cielo”, pensó Paul
Claudel, quien transportdo por la belleza de la liturgia, olvidó las
miserias de este mundo y se convirtió al catolicismo. Lutero se había llevado la nuez de la fe dejando la cáscara de la religión para la iglesia romana, pero esta envoltura barroca y resplandeciente, sin nada dentro, acabó por adquirir la máxima
profundidad estética que tienen las formas.
El Concilio Vaticano II trató de recuperar la pureza de la fe limpiándola de la
adherencias del teatro. En el desguace desapareció el latín, la polifonía de la Palestrina fue sustituida por unas guitarras aflamencadas y las casullas bordadas por unos jerseis de grano gordo, tipo peruano. Los curas desde el altar tuvieron que dar la cara y hablar la lengua nacional. Muchos fieles comenzaron a alarmarse al comprobar que lo entendían todo. “Yo soy el pastor y vosotros sois las ovejas”, decía el oficiante y algunos devotos se miraban sorprendidos. “¿Has oído eso? Nos está llamando borregos”. Quedó patente que las epístolas,antífonas y salmos no transportaban sino pensamientos vulgares, mientras, a su vez, el gregoriano exquisito
se transformó en canciones desafinadas, llenas de mansedumbre, cantadas por la grey. Un día, en una misa mayor de un pueblo mediterráneo, los fieles entonaban a coro una de estas plegarias al Señor, todos excepto un jornalero adusto que permanecía con la boca cerrada. ¿Por qué no cantas?, le cuchicheó el vecino de banco. El jornalero contestó como en el tute: “No canto porque me falta el caballo.” Benedicto XVI quiere
recuperar la cáscara antigua y retornar a la liturgia en latín, cosa que
celebrarán los estetas, pero, si hay que preservar la fe, lo mejor es no entender nada."

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