aires, que son buenos
una semana, y todos los lugares comunes: visitar a la familia, disfrutar de los amigos, y volver a reconocer la ciudad, el barrio, y el olor a río.
También darse cuenta, con un poco de miedo y amarga lucidez, que la vida avanza, que atropella, convierte la carne en hueso y no deja dudas que, cerca, muy cerca, bajo la tierra que será húmeda, no habrá más que un no absoluto. Y contra eso nada.
O solamente aprender a decir: ¿te acompaño? para, después, dar un beso con gusto a poco, y más tarde, olvidar todo sorprendiendote con las ocurrencias de ese nuevo cerebrito, toda vida, toda posibilidad.
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